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Conmigo no cuenten
La muerte de Julio Grondona fue un punto de unión para la clase política y el fútbol nuestro de cada día. Las dos partes tocaron de primera y con calidad hacia la figura del ex presidente de la AFA. Dijo el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich: «Es necesario reconocer su trayectoria y los resultados que han otorgado el prestigio que tiene hoy el fútbol argentino. Lo mismo que su rol preponderante en la FIFA y las inversiones en el predio de Ezeiza». En esa línea, también se expresó Marcelo Tinelli, vicepresidente de San Lorenzo: «Iba a dormir a su casa cuando era chico con su hijo Humberto, le quiero mandar un beso grande a toda su familia. Una persona que me dio muchísimo cariño y apoyo, lo quería muchísimo». Desde el seleccionado argentino, se sumó Lionel Messi. «Día muy triste para el fútbol, para toda la Argentina y para mí», señaló horas después del fallecimiento por una insuficiencia cardíaca. Y hasta el Flaco Menotti, crítico de la gestión del dirigente en los últimos tiempos, agregó palabras de elogio: «Trabajamos muy bien juntos, respetó mi proyecto. Era un hombre de fútbol, un dirigente muy hábil, con potrero». Sin embargo, hubo un jugador que se diferenció del resto. ¿Quién? Patricio Rodríguez. El ex Independiente, que la temporada pasada jugò en Estudiantes y por estos días regrsó a Santos, evitó dejar su adhesión ante la muerte de Grondona. Y en 140 caracteres, dejó un mensaje directo. Contundente. Continue Reading
El fin de la eternidad
«Ese señor es al que más admiro. Llegó conmigo el mismo año, aunque para él fue más fácil, porque no tiene arcos». Julio Grondona contempló su imagen junto a Juan Pablo II y soltó la frase surrealista a su biógrafo. La historia, publicada en el libro El dueño de la pelota, de Ariel Boreinstein, simbolizó su mandato eterno en la AFA. Desde el sillón de Viamonte al 1.300, observó diferentes impactos ocurridos en los últimos 35 años. Vio, por ejemplo, los papados del propio Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, con quien se había reunido hace un año en Roma. Llegó con la dictadura militar y atravesó todos los gobiernos democráticos, desde Alfonsín a Cristina Fernández. Con la Presidenta, incluso, fue socio intelectual y material del acuerdo de televisación de Fútbol para Todos. Reelegido nueve veces, siguió de cerca el despegue de Diego Maradona, su camino a la gloria y un cortorcuito en el que –irrespetuoso y desagradecido- lo tildó de mufa. Ya llevaba ocho años de liderazgo en la entidad y se acercaba al Comité Ejecutivo de la FIFA, cuando Lionel Messi nacía el 24 de junio de 1987 en Rosario. De Menotti a Sabella, impuso condiciones y consejos a diez entrenadores de la Selección. Lo mismo que a diferentes generaciones de futbolistas, desde Passarella hasta Mascherano. Una insuficiencia cardíaca le impidió completar el último mandato, tal como había anunciado meses atrás. Enfermo de poder, murió Grondona. Ya no verá más impactos desde la primera fila de la AFA y la FIFA. Es la hora de la renovación tan reclamada en el fútbol nuestro. Nada (y nadie) es para siempre.
Vivir en la bajeza
Dijo Humberto, irrespetuoso y falto de memoria: «Lo que me preocupa es que los mufas vinieron a ver el partido. Cuando los mufas se van… No vengan más, no quieren que gane la Selección». Remarcó Julio, furioso y desagradecido: «Te lo digo clarito, se fue el mufa y ganamos. Clarito, eh». La familia Grondona volvió a exponer su peor semblante. Con golpes bajos e innecesarios, castigó a Diego Maradona, presente en el Mineirao para ver el choque de la Argentina contra Irán. La acusación resultó inútil, y, sobre todo, injusta. Maradona, se sabe, filmó las películas más taquilleras de la Selección. Le dio una Copa del Mundo, un subcampeonato y varias escenas eternas. Su magia, también, hizo trepar el ascensor de Grondona y su gente hacia puestos de poder en la FIFA. Hoy, el fútbol argentino se desarma y sangra por decisiones de su presidente. Nada tiene que ver el Diez en esa realidad. El directivo podrá a cuestionarle que, hace cuatro años, chocó una Ferrari en Sudáfrica. No debería olvidar, sin embargo, que él le dio las llaves de esa máquina. Y al margen de las mentiras y las traiciones, Maradona dejó una base de nombres que ahora es titular en Brasil. El cartel de mufa nunca brillará en su cuerpo. Sí lo harán sus goles, los recuerdos, los títulos. Más allá de su impunidad, los Grondona -padre e hijo- se quedaron sin luces. Hace tiempo viven en la oscuridad moral.
Un canto a la discriminación
Por Gabriel Tuñez (*)
«No a la discriminación y sí a la inclusión», se lee en una bandera extendida en lo alto de la tribuna Centenario del Monumental. La frase lleva una firma de tres letras: HUA, las siglas de Hinchadas Argentinas Unidas, una agrupación integrada por barras bravas de diferentes clubes que se conformó en 2010 para viajar al Mundial de Sudráfrica. En el césped, el seleccionado argentino apenas empata frente a Bolivia por las Eliminatorias. Los nervios empiezan a ganar al público cercano a la bandera, que no sólo cuestiona a los jugadores dirigidos por Alejandro Sabella, sino que también arremete contra los “bolitas”. El término despectivo y discriminatorio que se utiliza para agredir a los inmigrantes bolivianos en el país.
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