ROMARIO Y EL PATO LUCAS

Crónicas Mundiales

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Por Roberto Fontanarrosa

Valdano dice que Romario es un jugador de dibujitos animados. Y Jorge sabe mucho de esto. Es más, se descuenta que el Pato Lucas será el próximo media puntada de su Real Madrid. Romario corre, se cae, gira, salta, rebota y nada parece afectarlo. Erra un gol imposible y aparece en la escena siguiente intacto, como el Gato Malandrín después de habérsele caído una roca de 7.000 kilos en la cabeza.

Como los grandes felinos, Romario ahorra energía. Lejos del área, nunca se exige. Toca apenas la pelota, la empuja corta, bajita. De pronto se decide y arranca. En una baldosa levanta una velocidad increíble. La cabeza echada para atrás, el pecho afuera, los brazos extendidos, los codos levemente abiertos. Como esos juguetes a pila que corren sobre tres ruedas alineadas en ejes locos, cambia de dirección y encara hacia el ángulo inesperado. Bajito, donde mete el hombro debajo de la cabeza del rival, ya le gana la posición. Monta la pelota sobre el empeine chiquitito y ahí pegada la levanta sobre la estirada de otro sueco. Sale Ravelli, jugado.

Romario, con la Copa del Mundo en EE.UU. 1994. El brasileño fue la figura de aquel torneo.

Romario mira el segundo palo como si pensara usarlo, pero ya tiene todo cocinado. Cuando el uno tapa allá, él sale para afuera cortito, mínimo, elemental. Y entonces, como ocupado en otra cosa, toca al gol. Se olvida que hay más jugadores de dibujitos animados. Un sueco aparece de la nada, desde afuera de la pantalla, como los trenes que atropellan al Coyote en las vías del desierto, y la rechaza.

Resurge el reverendo Edwin Home, el predicador del Templo de la Percepción Sensorial. Ahora desde Las Vegas. Me habla con lágrimas en la voz. «Ha vuelto a triunfar el bien, hermano -me dice- No podían ganar los suecos, que nunca pasaron de la mitad de la cancha y apenas dispararon dos veces al arco. ¿Adónde quedó esa sed de descubrimiento vikinga? No se atrevieron, ni por curiosidad, a explorar el campo brasileño». Le recuerdo que el sueco es un conjunto algo limitado, quizás débil. «Yo nunca estuve con los humildes, hermano -clama el reverendo- Yo siempre estuve con los mejores. De lo contrario… ¿en qué se podría creer? ¿Qué sería del equilibrio natural si las gacelas se comieran a los leones?».

Me informa luego (en otro orden de cosas) que se está organizando en Las Vegas el 6° Simposio de Actrices de Cine Porno (con el que se relacionó en Mansfield). «Hay que redimir a las criaturas, hermano», gime. Y yo le creo.

Al tiempo que crece su fama, la situación de la Hermana Rosa se complica cada día más. Al acertar los dos finalistas (Italia y Brasil), se reafirma en el FBI la convicción de que Rosa tiene conexión con las apuestas ilegales y el arreglo de resultados deportivos. Anoche aparece (en una jaula, como el senderista Abimael Guzmán) debatiendo por televisión con el coronel Nathaniel T. Kelly, cabeza visible de la CIA. «No es una ninguna hazaña -la pincha el funcionario- acertar dos candidatos que eran grandes favoritos desde que se inició el torneo. «Yo puedo adivinar el futuro, mi querido -contesta la vidente- Pero no puedo torcerlo». Y brinda, de esta forma, una lección de vida al irreverente.

*El texto fue publicado por el autor el 14 de julio de 1994 en el diario Clarín.

 

 

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