«La violencia de los barras es la deuda del fútbol en democracia»

A un toque

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Era el punto y aparte del libro sangriento de la dictadura. Y un nuevo tomo en la colección de la democracia. Aquel sábado 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumía la presidencia y empezaba a redactar otra etapa en la vida diaria del país. «Ratifico ante ustedes que soy el servidor de todos y el más humilde de los argentinos», enfatizaba en su discurso desde el Cabildo. Después de siete años con los militares en el poder, se hablaba de la multitud que recorría las calles, la reapertura del Congreso de la Nación y un tema que tres décadas después aún cruza la sociedad: la violencia de las barrabravas en los estadios.

 

«En 1983 hay registradas cinco muertes en los estadios y decenas de incidentes. Uno de los más graves ocurrió en la final de Los Andes y Chacarita, por el torneo de Primera B. Ese día, la policía montada entró a la cancha con gases lacrimógenos y se cuenta que Eduardo Duhalde, que recién había asumido como intendente de Lomas de Zamora, debió esconderse debajo de un palco de prensa por la lluvia de piedras», recordó el periodista y docente universitario Germán Ferrari, en una entrevista que le realicé tiempo atrás para el sitio AuGol.

Y con sus ojos en el espejo retrovisor, el autor del libro 1983, el año de la democracia, aportó una conclusión acertada: «La violencia de los barras es la gran deuda del fútbol en democracia. Es increíble que la dirigencia política, del fútbol y la sociedad en conjunto no hayan podido resolver el tema de los violentos. Lo que hoy se ve más profundamente es lo que se esbozaba en el ’83: la relación entre los barras y los sectores políticos. Eso empezaba a verse en aquel momento y, con el tiempo, tomó mucha más fuerza, como podemos observar hoy».

 

 

 

 

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