EL PRINCIPIO DE TODO

No te olvidés

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Dijo a pocos días de cumplir 46 años: «Estaré en el Manchester City las próximas tres temporadas, tal vez más, pero estoy llegando al final de mi carrera como entrenador. Siento que la fase hacia mi adiós es un proceso que ha comenzado». Las alarmas sonaron en la Premier League y el resto de la aldea global. Entonces, Josep Guardiola puso freno y tranquilidad. Y subrayó a las pocas horas: «Quizás fue inapropiado comenzar a decir adiós a mi carrera. Todavía no pienso en retirarme».

Los mensajes de Pep le hicieron espacio a una opción impensada hace una década. A esa altura, no imaginaba el final de su versión como entrenador. Todo lo contrario: sólo diseñaba el inicio de esa ruta. Y aquel primer kilómetro lo recorrió el 2 de septiembre de 2007. Fue como técnico del Barcelona B. Santiago Segurola, la mejor tecla del periodismo español, le puso palabras a ese estreno en esta crónica del diario Marca. Un cambio de época en la vida de Guardiola. El principio de todo…

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Por Santiago Segurola

Poco antes del mediodía, Pep Guardiola regresó a las canchas. Esta vez apareció de paisano, vestido con un niqui azul y unos tejanos, todavía afilado, sin ninguna señal de abandono físico. Se hacía raro no verlo con el balón en los pies. Ya se sabe, en Guardiola la relación con la pelota era más que natural. Resultaba imperativa. Sin la pelota, siempre pareció un futbolista doliente, al borde del naufragio.

En la boca del túnel, un pequeño tumulto de fotógrafos daba noticia de la importancia del partido. Volvía el ex capitán del Barcelona, el medio centro que definió un estilo de juego en la década anterior, un hombre apasionado por el fútbol, de opiniones firmes sobre el juego. Como futbolista, Guardiola era un entrenador en potencia, el depositario del canon que estableció Cruyff en el club.

Dispararon los fotógrafos y sonó el himno. No fue el solemne del Barcelona, sino una melodía entretenida y festiva, con un decidido aire rockero. Era el himno del Premià. Nadie cantó el estribillo en el pequeño campo, un recinto diminuto, de césped artificial, una pequeña tribuna cubierta, otra tribuna presidida por un árbol solitario cuya sombra daba cobijo a una docena de aficionados, un bar, una hilera de casas con balcones privilegiados y el cementerio detrás de uno de los fondos.

El lamento de Guardiola, en aquel estreno como DT del Barcelona B. Foto del diario El Periódico.

Un típico campo de fútbol, sin más pretensiones que celebrar el fútbol del pueblo y del barrio, uno de esos campos que obran un prodigio: cada semana miles de partidos se disputan en escenarios parecidos, con su árbitro, con los líneas, con dos equipos y su puñado de espectadores. Es un milagro de organización que habla del poder del fútbol en las costumbres sociales.

A través de la mefagonía se escucharon las alineaciones. El locutor leyó los nombres de los jugadores uno a uno. Cuando terminó con la alineación de Barcelona, continuó con toda naturalidad: «Entrenador, Josep Guardiola». En ese instante se comprendió por qué Guardiola no llevaba el balón entre los pies. Una voz le acababa de inscribir públicamente en el gremio de entrenadores. Antes de sentarse en el banquillo, recibió el saludo de Joan Laporta, presidente del Barcelona. No hubo nada protocolario. Se estrecharon brevemente la mano, mientras Laporta se dirigía al palco. Sin más ceremonia, Guardiola ocupó el banco para dirigir su primer partido.

Dejaba atrás su larga trayectoria como jugador y un corto período de inactividad en el fútbol, o de simple tránsito. De Guardiola siempre se ha esperado una vinculación de por vida con el fútbol. No se podía pensar otra cosa de alguien tan consumido por el fútbol. Algo de eso vio Cruyff cuando lo hizo debutar con 19 años. Era un tirillas que jugaba con los ojos abiertos como platos, decidido a convertirse en el centro de gravedad de un equipo que haría historia (…)

Es en campos como el del Premià donde le tocará curtirse. La Tercera es una categoría que coloca a la gente frente a la realidad. Después del primer partido, vendrán otros parecidos en campos similares, sin fotógrafos, sin Laporta en el palco. Enfrente también se encontrará con equipos cortados como el Premià, equipos que no van a regalar nada, con jugadores veteranos y con muchachos que desean ganarse un lugar en el sol. No será una etapa sencilla para Guardiola; tendrá que impregnar sus ideas en un grupo de jugadores muy jóvenes y será medido por el resultado que obtenga.

En Premià, el Barcelona B tuvo más mecánica que juego, más vigor que ideas. Lo sostuvieron un portero con excelentes condiciones -el jovencísimo vasco Oier- y el central Córcoles, que jugó con energía frente a los poderosos delanteros del Premià. Los chicos, muchos de los cuales eran debutantes, parecían un poco intimidados por la ocasión y sin demasiados recursos para superar el Premià. Trataban de jugar, de mantener la pelota, pero al equipo de Guardiola le faltaba un Guardiola. Nadie se atrevió al pedir el balón, a manejar el partido a pasar de lo trivial a lo trascendente. Tampoco resultaba fácil.

«El locutor leyó los nombres de los jugadores uno a uno. Cuando terminó con la alineación de Barcelona, continuó con toda naturalidad: «Entrenador, Josep Guardiola». En ese instante se comprendió por qué Guardiola no llevaba el balón entre los pies», describió Segurola en su crónica para el diario Marca.

El Premià apretó al Barcelona B y los aficionados apretaron al árbitro. «¡Árbitro culé!», fue el grito de la mañana. En la grada se escucharon quejas, se sacaron pañuelos y se ayudó todo lo que se pudo al Premià, cuyo esfuerzo fue considerable. Así sucederá cada semana en cada uno de los campos que visite el Barcelona B. Nadie se lo pondrá fácil. Guardiola lo sabe. Terminó el partido y el nuevo entrenador lo masticaba en su cabeza.

«No hemos dado dos pases, ni hemos logrado bajar la pelota», comentó, pero prefirió destacar el esfuerzo de sus jóvenes jugadores. No es cuestión de presionar. Esto acaba de empezar. Será difícil para todos». Lo dijo un entrenador. Y por encima de las preocupaciones, parecía un hombre feliz… pese al 0 a 0.

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