EL CHICO DE LA GUERRA

A un toque

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[dropcap]B[/dropcap]rilla. Triunfa. Festeja. Si es cierto que el fútbol es un estado de ánimo, como alguna vez dijo Valdano, el croata Luka Modric rebosa de satisfacción. Se ve en su semblante. Se nota en su juego. Se confirma en sus palabras. Acaba de ganar el Mundial de Clubes con Real Madrid en Abu Dhabi, donde lo eligieron el mejor jugador del torneo y recibió el Balón de Oro. El 10 merengue se impuso a Cristiano Ronaldo, autor del gol del triunfo en la final contra Gremio, y al uruguayo Jonathan Urretaviscaya, de Pachuca. El premio llega en un 2017 con cinco títulos. El «mejor año» de su vida en el fútbol.

Dice Modric que cuando pase el tiempo recordará este momento deslumbrante de Real Madrid. Se entiende, con el equipo español ya lleva 13 coronas, entre ellas tres Champions League y otros tres mundiales de Clubes. En su inconsciente desfilará un flash con imágenes gratas. Emotivas. Gloriosas. Distintas a las que archiva de su infancia en Croacia. A los seis años, vio en primer plano la Guerra de los Balcanes. Un conflicto que perforó amistades, desplazó millones de personas y dejó más de 100.000 muertos. Uno de ellos, el abuelo paterno del 10 merengue, asesinado por las milicias serbias en diciembre de 1991.

«El hijo de la guerra», es el título de la autobiografía de Modric. Se entiende: el croata empezó a patear el cuero redondo mientras su familia huía de Obrovac y compartía habitaciones de hoteles con otros refugiados. De aquellos tiempos violentos, hay quienes recuerdan a Luka conla mirada triste y la frente arrugada. El recepcionista de un hotel en Zadar aporta otro relato de esos días: «Modric jugaba todo el día y quebró más ventanas con su pelota que las ondas de las bombas de la guerra».

Con pasado de futbolista, su padre lo llevó por los caminos de la pelota mientras pudo. Claro, como tantos otros croatas, debió acudir a luchar en la Guerra de los Balcanes. De ahí, la importancia de otro nombre en la vida de Modric. Se trata de Tomislav Basic, jefe de las divisiones inferiores de Zadar, que lo descubrió a los diez años. «La familia de Luka era muy pobre. No tenían dinero para camisetas o canilleras. Así que le hice unas de madera. Y todavía las tengo guardadas, porque sabía que iba a ser alguien en el fútbol», recordó alguna vez.

Hoy, el futbolista tiene su espacio en Real Madrid. Llegó en 2012, en aquellos momentos convulsionados con Mourinho, a quien no le convencía su juego. Todo cambió con Ancelotti, que le dio los hilos del Madrid, y así continuó con Rafa Benítez y Zidane. Por eso, Luka brilla. Triunfa. Festeja. Y mientras piensa en el Mundial de Rusia, donde enfrentará a la Argentina, también mira por el espejo retrovisor: «La guerra me hizo más fuerte. Fueron tiempos muy duros para mí y para mi familia. No quiero arrastrar ese tema para siempre, pero tampoco quiero olvidarlo».

Luka Modric, feliz con el Balón de Oro ganado en el Mundial de Clubes. Se impuso a Cristiano Ronaldo y el uruguayo Urretaviscaya. Foto de Giuseppe Cacace / Vía Zimbio

 

 

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