Cuando Soriano se sintió Batistuta

Literatura hecha pelota

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Por Gabriel Tuñez (@gabtunez)

En 1995, Osvaldo Soriano se convirtió en el escritor mejor pago de la Argentina, cuando la editorial Norma compró los derechos de sus libros publicados, y las próximas tres obras, por 500 mil pesos/dólares del menemismo que tanto despreciaba. Sentado en un estudio de televisión, un raro escenario para su admitida timidez, el escritor recibió como pregunta si luego del acuerdo contractual se sentía Gabriel Batistuta, el delantero que había sido máximo capocannoniere del Calcio en aquella temporada con 26 goles, varios de ellos marcados en 11 partidos seguidos.

La comparación futbolera fue recibida con gusto por el autor. “Yo hubiera querido ser como Batistuta: centrofóbal”, respondió con el cigarro apagado entre los dedos. En su adolescencia, Soriano fue un centrodelantero zurdo que jugó torneos de la liga de la Patagonia cuando vivió junto a su familia en Cipolletti. Años después, la fotografía, el periodismo y la pelota lo llevaron a Tandil, donde sufrió una lesión en la rodilla mientras jugaba para Independiente, uno de los principales equipos de la ciudad.

Soriano dejó el fútbol y también el sueño de ser el número 9 de San Lorenzo, equipo que había adoptado sin saber por qué en las canchas sureñas. De ese pasado futbolero sólo quedaron las fotos en blanco y negro y las anécdotas que transformó en cuentos memorables para una literatura deportiva que lo tiene como pionero.

 

Su retiro del fútbol fue absoluto, tanto que se negó a jugar pese a las invitaciones reiteradas de sus compañeros del periodismo, entre ellos los de Página/12. La negativa se convirtió en sospecha entre sus colegas de redacción. “¿El Gordo sabrá de fútbol? Lo que escribía, ¿era sólo imaginación o ese don le permitía contar historias de un tema que realmente conocía?”, fueron algunas de las preguntas apenas esbozadas, recordó el periodista Daniel Lagares en una nota despedida a Soriano, publicada días después de su muerte.

En ese texto, Lagares recordó una noche en la que ambos charlaban de fútbol. “Terminé el atado (de cigarrillos), hice un bollito con el paquete y en ese instante histórico intuí que la prueba de fuego estaba en mis manos. Con descuido tiré el bollito al aire calculando que cayera cerca de Soriano. Él ni miró la trayectoria de la pelota. Siguió hablando de lo mal que lo ponía Redondo con la calesita y de golpe, como un rayo, cuando el bollito estaba por caer, metió un zurdazo con el borde externo, ‘tres dedos’ y la puso bajo un escritorio, tácito arco sin red. Ese tipo sabía de lo que escribía”.

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