Barrilete cósmico

Mano a Mano

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Por Cristian H. Savio (*)

Dirá la historia que, una noche de octubre de 2012, Lionel Messi perforó la resistencia del futbolero argentino. Sus dos goles a Uruguay por Eliminatorias golpearon esa pared y la derrumbaron en el césped de Mendoza. Y al fin, el grito de su nombre se paseó por el estadio. Fue música en alto volumen para sus oídos y el comienzo del romance. Eduardo Sacheri, uno de los escritores más peloteros del país, suelta un pase profundo sobre este tema y toca de primera en otras cuestiones. Un partido de ida y vuelta, en la segunda parte de la entrevista con De Fútbol Somos.

-¿Por qué nos costaba a los argentinos querer a Messi? ¿Era la sombra de Diego?
-Yo veo dos razones. Una es la sombra de Diego, y la columna de noviembre en El Gráfico va un poco por ese lado. Dejémonos de joder, si a todos los vamos a medir con esa vara vamos a ser infelices el resto de la eternidad. Pero el otro tema es que a Messi lo tenemos muy poco. Es el paradigma de lo que nos va a pasar en el futuro. Lo comparo con Agüero, que no es un extraterrestre pero es un estupendo jugador. Por lo menos, lo viste unos partidos en la Argentina, se lo llevaron a Europa en edad de Quinta, pero lo viste debutar en Primera en un partido de mierda de fin de campeonato contra San Lorenzo. Jugó un par de temporadas, metió goles en clásicos, los de otros clubes lo vieron y después se fue. Hoy lo ves en el City y sigue siendo un jugador de la Argentina que juega allá. Verón, por ejemplo. Messi es argentino por decisión de él. Gracias a Dios. Pero no lo vimos jugar acá, sino hasta que jugó un Sub 17. Entonces, si en la Selección no anda bien, hasta cierto punto es entendible que no lo puedas considerar tuyo, que lo juzgues con la misma severidad con que juzgás a un tipo que no te interesa porque tiene poco que ver con vos. Me parece que cada vez nos va a suceder más esto.
-¿No es ridículamente alta esa vara, pretender ser campeones del mundo siempre?
-Lo que pasa es que mi generación cosechó tres finales en cuatro Mundiales. De ahí en adelante, creo que todavía nos seguimos moviendo con esta expectativa de que, si no llegás a la semifinal, fracasaste. Y creo que el único que debió haber llegado era Bielsa. El que mejor se preparó, es el que más lejos quedó.

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-Ya que hablás de Bielsa, cuentan que uno de los motivos por los que eligió el Athletic Bilbao es porque se trata de un club con sentido de la pertenencia, identidad cultural. Recuerdo que los Mundiales, cuando era chico, eran el escenario de confrontación de estilos, de formas de jugar diría que “nacionales”, de culturas futboleras, táctica y técnica propia de cada país. Hoy juegan todos más o menos igual. ¿Encontrás en algún lugar del fútbol identidad cultural?
-En la forma de jugar me parece que cada vez menos. Pero, culturalmente, acá en Argentina nos hemos empobrecido de manera terrible a la hora de mirar fútbol. La cultura futbolera argentina se ha llenado de intolerancia, de una mal entendida pasión. Para mí la pasión es un elemento más de mi amor por el fútbol. Maldita la frase de Francella en El secreto de sus ojos donde habla de la pasión. Está bien, esa frase la escribí yo, pero parece que es lo único que pienso. Me parece que, por detrás de la pasión, hay cualquier tipo de intolerancia, simplismo, exitismo barato. El jugador argentino que te devuelve la pelota para no arriesgarse, porque si no lo re putean. A lo sumo, nuestra mayor osadía es que pase corriendo un marcador de punta para tirarle la pelota y que tire un centro, y no salimos de ahí. La supuesta gambeta nacional ¿dónde está? Difícilmente, el jugador se anime a tirar una gambeta si primero no le aplaudimos el intento. Te doy un ejemplo de Independiente: Fredes. Mientras el mundo lo putea, yo lo aplaudo, porque se equivoca tratando de llevar la pelota para adelante. Seguro que pierde más pelotas que Zapata, pero Zapata no encara. Me da la impresión de que hemos perdido la capacidad de agradecer el gesto estético. No hay gente que vaya a la cacha a ver a fulano. Aparte de que no hay ese fulano para ir a ver.

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-¿Cuál fue el último jugador que viste con esas características?
Hay uno de Lanús que me encanta: Regueiro. Es un placer verlo jugar. Pero el otro día lo puse en Twitter y me salieron con que “pega mucho”, viste que los delanteros no pueden pegar. Pero bueno, Regueiro es uno que en este mar de mediocridad por lo menos juega al fútbol.
-¿Qué cosas cambiaron en tu vida que no hubieran cambiado de no haber sido por el Oscar a El secreto de sus ojos?
-Creo que el Oscar significó un nivel de exposición en la Argentina y fuera de la Argentina muy, muy fuerte, que trajo muchas más oportunidades de trabajo, sea por traducciones de los libros, por trabajar en guiones cinematográficos sobre mis obras o ideas de otros, todo un mundo de laburo por fuera de los libros vinculado con el mundo del cine, y esto de ir a una cancha y la gente sepa quién sos. Básicamente, eso mas chance de trabajo y un poco menos del anonimato habitual en que nos movemos todos
-¿Está bien hablar de una literatura futbolera?
-No soy ningún experto en el tema. No necesariamente las cosas que me gusta leer son las que me gusta escribir. Escucho que en Brasil no hay cuentos de futbol, hay gente que escribe muy bien de fútbol pero crónicas, biografías, es un fútbol no ficción. Me parece que esta literatura de ficción futbolera ha tenido un gran desarrollo en la Argentina, sobre todo por un par de tipos que lo han hecho genial, como Soriano y Fontanarrosa. Lo que pasa es que son dos grandes escritores de mundos cotidianos, y en esos mundos cotidianos también tocan el fútbol. A veces, me rebelo cuando hablan de ellos como escritores de fútbol, son mucho más que eso, han sabido captar el mundo en que vivían y las personas comunes que lo poblaban, y en ese contexto han escrito de fútbol. Hay una Literatura más próxima y amigable con los temas cotidianos, la gente de a pie y los horizontes mínimos y modestos de las vidas comunes, y dentro de ese campo hay quienes utilizamos el fútbol como una buena puerta de entrada a esos mundos.

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-Hay lugares donde el fútbol adquiere el carácter de un juego que permite soñar con un mundo mejor. Lo describe en su columna en La Nación de unas semanas atrás Ezequiel Fernández Moores, abordando el fútbol en Palestina ¿Dónde viste algún ejemplo en que el fútbol permitiera ese camino de soñar con mundo mejor?
-Es que no sé si lo vi. A lo mejor, por el lugar en que me toca vivir, el fútbol es más un camino de salvación individual. O, ahora que lo pienso, ¿sabés dónde puede ser? En el fútbol callejero. Hace unos años me invitaron a un torneo nacional de futbol callejero en Bariloche. Una serie de ONGs de la Argentina armaron un torneo nacional, me empecé a enterar de sus reglas, juegan varones y chicas, tiene que ser mixto, no hay árbitro, aparte de los goles se dan puntos que se discuten entre los dos equipos al final del partido por otros valores. No sé cómo anda ahora, eso fue hace como seis años, y después no lo seguí. Pero era claramente una buena muestra de un fútbol pensado como camino a otra cosa, la idea de inclusión, de integrar, un fútbol muy marginal en cuanto a los lugares donde se jugaba.
-¿Cuáles son tus otras grandes pasiones?
-Me encanta leer, y me encanta compartir tiempo con la gente que quiero: mi familia, mi mujer, mis hijos y amigos. Me encanta enseñar Historia. Esas son las cosas básicas que son mis grandes placeres.
-¿Qué te da la docencia?
-Estudié Historia porque me parece que la memoria es esencial en la vida de una persona o una sociedad. Saber de Historia es tener algo valioso, y enseñarla es poder compartirla, y que encima te paguen por eso –mierda, pero que te paguen- está muy bueno. Y desde un punto de vista egoísta y personal, la docencia es un buen complemento para el laburo de escritor, porque es muy distinto. El laburo de escritor es silencio, hermetismo, introspección, llevado a niveles casi enfermizos, mientras la docencia es toda comunicación afectiva, sobre todo en escuela secundaria, donde hace 16 años doy clase. Establecer un vínculo afectivo es clave. Si no, no aprenden nada.
-¿Tenés alguna rutina para escribir?
-No, porque me tocó empezar a escribir de manera espasmódica por la noche, sacándole horas al sueño, y después en bares de Ituzaingó donde vivía. La única rutina es tratar de tener un rato todos los días. Ahora que estoy más abocado a la escritura por ahí es más que unas horas por día. Sobre todo para mantener el vínculo con lo que estás escribiendo, si no se alejan los personajes y la historia, se alejan las voces. Cuando sos escritor estás loco y escuchás voces. Pero sos un loco legitimado por la sociedad.

(*) El autor de la nota es periodista de Newsweek. Un extracto de esta nota fue publicado en la edición de diciembre.

 

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